Carta del Superior General a los religiosos ancianos y enfermos.

Carta Pastoral del P. Leocir Pessini con motivo de la fiesta de San Camilo del próximo 14 de julio.

"Envejecer con dignidad y elegancia
Un imperativo ético y también una opcional personal"

Se trata de una carta que en su intención original desea ser de naturaleza "Pastoral" y quiere además, que pueda ser de objeto de lectura personal, de reflexión y de confrontación a nivel comunitario, sobre todo en aquellas comunidades donde se está especialmente envueltos en la asistencia directa a los hermanos ancianos y enfermos.
El texto es bastante grande, sobre todo en la primera parte en donde el P. Leocir Pessini ofrece un cuadro exhaustivo del desarrollo demográfico de la sociedad moderna que está envejeciendo muy rápido y en la cual la vida religiosa y especialmente la Orden nos es ajena. 
En el segundo punto, el P. General ofrece algunos puntos de reflexión y meditación para vivir con Gusto la “dignidad del nuestro domingo de la vida”. 
Posteriormente hace alusión a la vivencia con comunidades de ancianos y enfermos de la Orden tomando como referencia una carta del ex Superior General Calixto Vendrame de hace 33 años. Finalmente termina con unos interrogantes que invitan a la reflexión del camino que se está realizando a nivel personal para envejecer con "dignidad y elegancia."

"Laudato Si" nos invita a una "valiente revolución cultural"

Ayer se presentó la encíclica del Papa Francisco titulada “Laudato Si” (Alabado seas), en la que el Santo Padre reflexiona sobre la creación y el cuidado de la casa común (la tierra).

La Encíclica toma su nombre de la invocación de san Francisco, «Laudato si’, mi’ Signore», que en el Cántico de las creaturas recuerda que la tierra, nuestra casa común, «es también como una hermana con la que compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos » (1). Nosotros mismos «somos tierra (cfr Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está formado por elementos del planeta, su aire nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura» (2).

«¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo?» (n. 160). 

Esta pregunta está en el centro de Laudato si’, la esperada Encíclica del Papa Francisco sobre el cuidado de la casa común. Y continúa: «Esta pregunta no afecta sólo al ambiente de manera aislada, porque no se puede plantear la cuestión de modo fragmentario», y nos conduce a interrogarnos sobre el sentido de la existencia y el valor de la vida social: «¿Para qué pasamos por este mundo? ¿Para qué vinimos a esta vida? ¿Para qué trabajamos y luchamos? ¿para qué nos necesita esta tierra?»: si no nos planteamos estas preguntas de fondo -dice el Pontífice – «no creo que nuestras preocupaciones ecológicas puedan obtener resultados importantes».

Pero ahora esta tierra maltratada y saqueada clama (2) y sus gemidos se unen a los de todos los abandonados del mundo. El Papa Francisco nos invita a escucharlos, llamando a todos y cada uno –individuos, familias, colectivos locales, nacionales y comunidad internacional– a una “conversión ecológica”, según expresión de San Juan Pablo II, es decir, a «cambiar de ruta», asumiendo la urgencia y la hermosura del desafío que se nos presenta ante el «cuidado de la casa común». Al mismo tiempo, el papa Francisco reconoce que «se advierte una creciente sensibilidad con respecto al ambiente y al cuidado de la naturaleza, y crece una sincera y dolorosa preocupación por lo que está ocurriendo con nuestro planeta» (19), permitiendo una mirada de esperanza que atraviesa toda la Encíclica y envía a todos un mensaje claro y esperanzado: «La humanidad tiene aún la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común» (13); «el ser humano es todavía capaz de intervenir positivamente» (58); «no todo está  perdido, porque los seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo, pueden también superarse, volver a elegir el bien y regenerarse» (205).
El Papa Francisco se dirige, claro está, a los fieles católicos, retomando las palabras de San Juan Pablo II: «los cristianos, en particular, descubren que su cometido dentro de la creación, así como sus deberes con la naturaleza y el Creador, forman parte de su fe» (64), pero se propone «especialmente entrar en diálogo con todos sobre nuestra casa común» (3): el diálogo aparece en todo el texto, y en el capítulo 5 se vuelve instrumento para afrontar y resolver los problemas. Desde el principio el papa Francisco recuerda que también «otras Iglesias y Comunidades cristianas –como también otras religiones– han desarrollado una profunda preocupación y una valiosa reflexión» sobre el tema de la ecología (7). Más aún, asume explícitamente su contribución a partir de la del «querido Patriarca Ecuménico Bartolomé» (7), ampliamente citado en los nn. 8-9. En varios momentos, además, el Pontífice agradece a los protagonistas de este esfuerzo –tanto individuos como asociaciones o instituciones–, reconociendo que «la reflexión de innumerables científicos, filósofos, teólogos y organizaciones sociales [ha] enriquecido el pensamiento de la Iglesia sobre estas cuestiones» (7) e invita a todos a reconocer «la riqueza que las religiones pueden ofrecer para una ecología integral y para el desarrollo pleno del género humano» (62).
El recorrido de la Encíclica está trazado en el n. 15 y se desarrolla en seis capítulos. A partir de la escucha de la situación a partir de los mejores conocimientos científicos disponibles hoy (cap. 1), recurre a la luz de la Biblia y la tradición judeo-cristiana (cap. 2), detectando las raíces del problema (cap. 3) en la tecnocracia y el excesivo repliegue autorreferencial del ser humano. La propuesta de la Encíclica (cap. 4) es la de una «ecología integral, que incorpore claramente las dimensiones humanas y sociales» (137), inseparablemente vinculadas con la situación ambiental. En esta perspectiva, el Papa Francisco propone (cap. 5) emprender un diálogo honesto a todos los niveles de la vida social, que facilite procesos de decisión transparentes. Y recuerda (cap. 6) que ningún proyecto puede ser eficaz si no está animado por una conciencia formada y responsable, sugiriendo principios para crecer en esta dirección a nivel educativo, espiritual, eclesial, político y teológico. El texto termina con dos oraciones, una que se ofrece para ser compartida con todos los que creen en «un Dios creador omnipotente» (246), y la otra propuesta a quienes profesan la fe en Jesucristo, rimada con el estribillo «Laudato si’», que abre y cierra la Encíclica.
El texto está atravesado por algunos ejes temáticos, vistos desde variadas perspectivas, que le dan una fuerte coherencia interna: «la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta, la convicción de que en el mundo todo está conectado, la crítica al nuevo paradigma y a las formas de poder que derivan de la tecnología, la invitación a buscar otros modos de  entender la economía y el progreso, el valor propio de cada criatura, el sentido humano de la ecología, la necesidad de debates sinceros y honestos, la grave responsabilidad de la política internacional y local, la cultura del descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida.» (16).

Capítulo 1 – «Lo que le está pasando a nuestra casa»

El capítulo asume los descubrimientos científicos más recientes en materia ambiental como manera de escuchar el clamor de la creación, para «convertir en sufrimiento personal lo que le pasa al mundo, y así reconocer cuál es la contribución que cada uno puede aportar» (19). Se acometen así «varios aspectos de la actual crisis ecológica» (15).
  • El cambio climático: «El cambio climático es un problema global con graves dimensiones ambientales, sociales, económicas, distributivas y políticas, y plantea uno de los principales desafíos actuales para la humanidad» (25). Si «el clima es un bien común, de todos y para todos» (23), el impacto más grave de su alteración recae en los más pobres, pero muchos de los que «tienen más recursos y poder económico o político parecen concentrarse sobre todo en enmascarar los problemas o en ocultar los síntomas» (26): «La falta de reacciones ante estos dramas de nuestros hermanos y hermanas es un signo de la pérdida de aquel sentido de responsabilidad por nuestros semejantes sobre el cual se funda toda sociedad civil» (25).
  • La cuestión del agua: El Papa afirma sin ambages que «el acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico, fundamental y universal, porque determina la supervivencia de las personas, y por lo tanto es condición para el ejercicio de los demás derechos humanos». Privar a los pobres del acceso al agua significa «negarles el derecho a la vida radicado en su dignidad inalienable» (30).
  • La pérdida de la biodiversidad: «Cada año desaparecen miles de especies vegetales y animales que ya no podremos conocer, que nuestros hijos ya no podrán ver, perdidas para siempre» (33). No son sólo eventuales “recursos” explotables, sino que tienen un valor en sí mismos. En esta perspectiva «son loables y a veces admirables los esfuerzos de científicos y técnicos que tratan de aportar soluciones a los problemas creados por el ser humano», pero esa intervención humana, cuando se pone al servicio de las finanzas y el consumismo, «hace que la tierra en que vivimos se vuelva menos rica y bella, cada vez más limitada y gris» (34).
  • La deuda ecológica: en el marco de una ética de las relaciones internacionales, la Encíclica indica que existe «una auténtica deuda ecológica» (51), sobre todo del Norte en relación con el Sur del mundo. Frente al cambio climático hay «responsabilidades diversificadas» (52), y son mayores las de los países desarrollados.

Conociendo las profundas divergencias que existen respecto a estas problemáticas, el Papa Francisco se muestra profundamente impresionado por la «debilidad de las reacciones» frente a los dramas de tantas personas y poblaciones. Aunque no faltan ejemplos positivos (58), señala «un cierto adormecimiento y una alegre irresponsabilidad» (59). Faltan una cultura  adecuada (53) y la disposición a cambiar de estilo de vida, producción y consumo (59), a la vez que urge «crear un sistema normativo que […] asegure la protección de los ecosistemas» (53).

Capítulo segundo – El Evangelio de la creación

En la Biblia, «el Dios que libera y salva es el mismo que creó el universo», y «en Él se conjugan el cariño y el vigor» (73). El relato de la creación es central para reflexionar sobre la relación entre el ser humano y las demás criaturas, y sobre cómo el pecado rompe el equilibrio de toda la creación en su conjunto. «Estas narraciones sugieren que la existencia humana se basa en tres relaciones fundamentales estrechamente conectadas: la relación con Dios, con el prójimo y con la tierra. Según la Biblia, las tres relaciones vitales se han roto, no sólo externamente, sino también dentro de nosotros. Esta ruptura es el pecado» (66).
Por ello, aunque «si es verdad que algunas veces los cristianos hemos interpretado incorrectamente las Escrituras, hoy debemos rechazar con fuerza que, del hecho de ser creados a imagen de Dios y del mandato de dominar la tierra, se deduzca un dominio absoluto sobre las demás criaturas» (67). Al ser humano le corresponde «“labrar y cuidar” el jardín del mundo (cf. Gn 2,15)» (67), sabiendo que «el fin último de las demás criaturas no somos nosotros. Pero todas avanzan, junto con nosotros y a través de nosotros, hacia el término común, que es Dios» (83).

Capítulo tercero – La raíz humana de la crisis ecológica

Este capítulo presenta un análisis de la situación actual «de manera que no miremos sólo los síntomas sino también las causas más profundas» (15), en un diálogo con la filosofía y las ciencias humanas.
Un primer fundamento del capítulo son las reflexiones sobre la tecnología: se le reconoce con gratitud su contribución al mejoramiento de las condiciones de vida (102-103), aunque también da «a quienes tienen el conocimiento, y sobre todo el poder económico para utilizarlo, un dominio impresionante sobre el conjunto de la humanidad y del mundo entero» (104). Son justamente las lógicas de dominio tecnocrático las que llevan a destruir la naturaleza y a explotar a las personas y las poblaciones más débiles. «El paradigma tecnocrático también tiende a ejercer su dominio sobre la economía y la política» (109), impidiendo reconocer que «el mercado por sí mismo no garantiza el desarrollo humano integral y la inclusión social» (109).
En la raíz de todo ello puede diagnosticarse en la época moderna un exceso de antropocentrismo (116): el ser humano ya no reconoce su posición justa respecto al mundo, y asume una postura autorreferencial, centrada exclusivamente en sí mismo y su poder. De ello deriva una lógica “usa y tira” que justifica todo tipo de descarte, sea éste humano o ambiental, que trata al otro y a la naturaleza como un simple objeto y conduce a una infinidad de formas de dominio. Es la lógica que conduce a la explotación infantil, el abandono de los ancianos, a reducir a otros a la esclavitud, a sobrevalorar las capacidades del mercado para autorregularse, a practicar la trata de seres humanos, el comercio de pieles de animales en vías de extinción, y de “diamantes ensangrentados”. Es la misma lógica de muchas mafias, de los traficantes de órganos, del narcotráfico y del descarte de niños que no responde al deseo de sus padres (123).
Desde esta perspectiva, la Encíclica afronta dos problemas cruciales para el mundo de hoy. En primer lugar, el trabajo: «En cualquier planteo sobre una ecología integral, que no excluya al ser humano, es indispensable incorporar el valor del trabajo» (124), pues «Dejar de invertir en las personas para obtener un mayor rédito inmediato es muy mal negocio para la sociedad» (128).

Capítulo cuarto – Una ecología integral

El núcleo de la propuesta de la Encíclica es una ecología integral como nuevo paradigma de justicia, una ecología que «incorpore el lugar peculiar del ser humano en este mundo y sus relaciones con la realidad que lo rodea» (15). De hecho no podemos «entender la naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida» (139). Esto vale para todo lo que vivimos en distintos campos: en la economía y en la política, en las distintas culturas, en especial las más amenazadas, e incluso en todo momento de nuestra vida cotidiana.
La perspectiva integral incorpora también una ecología de las instituciones. «Si todo está relacionado, también la salud de las instituciones de una sociedad tiene consecuencias en el ambiente y en la calidad de vida humana: “Cualquier menoscabo de la solidaridad y del civismo produce daños ambientales”» (142).
Con muchos ejemplos concretos el Papa Francisco ilustra su pensamiento: hay un vínculo entre los asuntos ambientales y cuestiones sociales humanas, y ese vínculo no puede romperse. Así pues, «el análisis de los problemas ambientales es inseparable del análisis de los contextos humanos, familiares, laborales, urbanos, y de la relación de cada persona consigo misma» (141), porque «no hay dos crisis separadas, una ambiental y la otra social, sino una única y compleja crisis socio-ambiental» (139).
Esta ecología ambiental «es inseparable de la noción de bien común» (156), que debe comprenderse de manera concreta: en el contexto de hoy en el que «donde hay tantas inequidades y cada vez son más las personas descartables, privadas de derechos humanos básicos», esforzarse por el bien común significa hacer opciones solidarias sobre la base de una «opción preferencial por los más pobres» (158). Este es el mejor modo de dejar un mundo sostenible a las próximas generaciones, no con las palabras, sino por medio de un compromiso de atención hacia los pobres de hoy como había subrayado Benedicto XVI: «además de la leal solidaridad intergeneracional, se ha de reiterar la urgente necesidad moral de una renovada solidaridad intrageneracional» (162).
La ecología integral implica también la vida cotidiana, a la cual la Encíclica dedica una especial atención, en particular en el ambiente urbano. El ser humano tiene una enorme capacidad de adaptación y «es admirable la creatividad y la generosidad de personas y grupos que son capaces de revertir los límites del ambiente, […] aprendiendo a orientar su vida en medio del desorden y la precariedad» (148). Sin embargo, un desarrollo auténtico presupone un mejoramiento integral en la calidad de la vida humana: espacios públicos, vivienda, transportes, etc. (150-154).

Capítulo quinto – Algunas líneas orientativas y de acción

Este capítulo afronta la pregunta sobre qué podemos y debemos hacer. Los análisis no bastan: se requieren propuestas «de diálogo y de acción que involucren tanto a cada uno de nosotros como a la política internacional» (15) y «que nos ayuden a salir de la espiral de autodestrucción en la que nos estamos sumergiendo» (163). Para el Papa Francisco es imprescindible que la construcción de caminos concretos no se afronte de manera ideológica, superficial o reduccionista. Para ello es indispensable el diálogo, término presente en el título de cada sección de este capítulo: «Hay discusiones sobre cuestiones relacionadas con el ambiente, donde es difícil alcanzar consensos. […] la Iglesia no pretende definir las cuestiones científicas ni sustituir a la política, pero [yo] invito a un debate honesto y transparente, para que las necesidades particulares o las ideologías no afecten al bien común” (188).
Sobre esta base el Papa Francisco no teme formular un juicio severo sobre las dinámicas internacionales recientes: «las Cumbres mundiales sobre el ambiente de los últimos años no respondieron a las expectativas porque, por falta de decisión política, no alcanzaron acuerdos ambientales globales realmente significativos y eficaces» (166). Y se pregunta «¿Para qué se quiere preservar hoy un poder que será recordado por su incapacidad de intervenir cuando era urgente y necesario hacerlo?» (57). Son necesarios, como los Pontífices han repetido muchas veces a partir de la Pacem in terris, formas e instrumentos eficaces de gobernanza global (175): «necesitamos un acuerdo sobre los regímenes de gobernanza global para toda la gama de los llamados “bienes comunes globales”» (174), dado que «“la protección ambiental no puede asegurarse sólo en base al cálculo financiero de costos y beneficios. El ambiente es uno de esos bienes que los mecanismos del mercado no son capaces de defender o de promover adecuadamente”» (190, que cita las palabras del Compendio de la doctrina social de la Iglesia).
Igualmente en este capítulo, el Papa Francisco insiste sobre el desarrollo de procesos de decisión honestos y transparentes, para poder “discernir” las políticas e iniciativas empresariales que conducen a un «auténtico desarrollo integral» (185). En particular, el estudio del impacto ambiental de un nuevo proyecto «requiere procesos políticos transparentes y sujetos al diálogo, mientras la corrupción, que esconde el verdadero impacto ambiental de un proyecto a cambio de favores, suele llevar a acuerdos espurios que evitan informar y debatir ampliamente» (182).
La llamada a los que detentan encargos políticos es particularmente incisiva, para que eviten «la lógica eficientista e inmediatista» (181) que hoy predomina. Pero «si se atreve a hacerlo, volverá a reconocer la dignidad que Dios le ha dado como humano y dejará tras su paso por esta historia un testimonio de generosa responsabilidad» (181).

Capítulo sexto – Educación y espiritualidad ecológica

El capítulo final va al núcleo de la conversión ecológica a la que nos invita la Encíclica. La raíz de la crisis cultural es profunda y no es fácil rediseñar hábitos y comportamientos. La educación y la formación siguen siendo desafíos básicos: «todo cambio necesita motivaciones y un camino educativo» (15). Deben involucrarse los ambientes educativos, ante todo «la escuela, la familia, los medios de comunicación, la catequesis» (213).
El punto de partida es “apostar por otro estilo de vida” (203-208), que abra la posibilidad de «ejercer una sana presión sobre quienes detentan el poder político, económico y social» (206). Es lo que sucede cuando las opciones de los consumidores logran «modificar el comportamiento de las empresas, forzándolas a considerar el impacto ambiental y los patrones de producción» (206).
Vuelve la línea propuesta en la Evangelii Gaudium: «La sobriedad, que se vive con libertad y conciencia, es liberadora» (223), así como «la felicidad requiere saber limitar algunas necesidades que nos atontan, quedando así disponibles para las múltiples posibilidades que ofrece la vida» (223). De este modo se hace posible «sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena ser buenos y honestos» (229).

Dos religiosos camilos de Benín llegan a la Provincia Española

Los religiosos Romuald Hounkpe y Elysée Gbedji de la Delegación de Benín llegaron a España el 8 de junio.

Después de una larga espera, motivada por los trámites legales relacionados con su permiso de residencia, los dos religiosos camilos benineses llegaron a España el pasado 8 de junio. Ambos iniciaron su camino vocacional camilo en el Seminario de Ouidah (Benín) donde residieron y cursaron espiritualidad y filosofía durante 4 años. Luego ingresaron en el noviciado de Ougadougou (Burkina Faso) e hicieron su primera profesión como religiosos camilos. Ya como profesos regresaron al Seminario Mayor de Ouidah (Benín) para cursar la Teología y ordenarse como sacerdotes el año pasado. Los dos llegan a España con disponibilidad y con el deseo de ejercer el ministerio camiliano allí donde les envíe la Provincia Española. En la actualidad residen en la comunidad de Tres Cantos con el objetivo de aprender la lengua y la cultura española.
Al finalizar su primera semana en España tienen palabras de agradecimiento e ilusión: “nos hemos sentido esperados, nos sentimos muy a gusto y no hemos perdido nuestra alegría africana”.

Romuald Hounkpe

Romuald nació en Zinvié (Benin) hace 31 años. Allí los religiosos camilos tienen el hospital de “La Croix” con capacidad para 155 camas y que atiende prioritariamente a enfermos de lepra, úlcera de buruli, malaria, tuberculosis, cólera, sarampión y diarreas ya que es una zona con escasez de agua potable.
Dese pequeño colaboraba como monaguillo en la parroquia de San juan Evangelista de los religiosos camilos y deseaba ser sacerdote. Allí su vocación fue confirmándose poco a poco hasta que el 8 de septiembre de 2009 profesó como religioso camilo en Ougadougou (Burkina Faso). El 24 de mayo de 2014, víspera del nacimiento de San Camilo, se ordenó sacerdote en Seminario Mayor de Ouidah (Benín). Allí continuó residiendo hasta su llegada a España colaborando en la Pastoral Vocacional, en actividades de acción socio-caritativa, como responsable de la liturgia y como formador en espiritualidad camiliana.

Elysée Gbedji

Elysée vivió de pequeño con un tío que era farmacéutico. Desde niño dudaba entre dedicar su vida a los enfermos o ser sacerdote. Al principio no imaginaba que ambas vocaciones pudieran ser compartidas y vividas de forma conjunta. Hablando de sus inquietudes con su párroco, éste le presentó a unos religiosos camilos que visitaban la parroquia para hablar de la vida de San Camilo. Desde ese momento no perdió el contacto con la Orden.
En el año 2004 se trasladó a una escuela-hogar de los religiosos camilos para finalizar el bachillerato y al año siguiente ingresó en el Seminario de Ouidah (Benín). El 7 de septiembre de 2010 realizó su primera profesión en Ougadougou (Burkina Faso) como religioso camilo y el 2 de agosto de 2014 se ordenó sacerdote en Ouidah. Durante estos meses ha estado acompañando a una comunidad de Hijas de San Camilo a las que apoyaba en la formación, en la liturgia y dirigiendo ejercicios espirituales.

La Unidad de Cuidados Paliativos de Tres Cantos en Telemadrid

Los informativos de Telemadrid se han hecho eco de la tarea de los religiosos camilos en la Unidad de Cuidados Paliativos de Tres Cantos (Madrid) el 11 de junio de 2015.

Con ocasión de la presentación de la Memoria de actividades de la Iglesia, el informativo ha mostrado lo que ahorran al Estado los Centros concertados en asistencia social, por ejemplo. Atención a personas sin hogar, ancianos, menores, desempleados…Que en la Unidad de Cuidados Paliativos San Camilo se concreta en una atención esmerada a los enfermos al final de su vida y a sus familias, entendiendo el cuidado como algo bello, como arte. Días pasados la tuna también visitó este centro. Vídeo de Telemadrid Puedes conocer más esta Unidad Fórmate en Cuidados Paliativos Publicaciones relacionadas: 

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P. Jesús Arteaga: Cincuenta años de sacerdote camilo

Rodeado de familiares, amigos y religiosos camilos de la Provincia.

El pasado domingo 6 de junio el P. Jesús Arteaga celebró sus bodas de oro sacerdotales con una Eucaristía de acción de gracias en la capilla del Hospital Sant Camil de Sant Pere de Ribes (Barcelona). En la homilia, el P. Jesús, expresó que desde niño quiso ser religioso camilo y recordó los lugares por donde ha ejercido su ministerio camilo: Navarrete, Tres Cantos, Zaragoza, La Almunia de Doña Gudina y Sant Pere de Ribes. Al finalizar la misa, la celebración continuó con una comida de hermandad con familiares, amigos y religiosos de la Provincia. El P. Jesús Arteaga fue ordenado sacerdote el 1 de junio de 1965 en Vic. Ojalá que continué siguiendo los pasos de Camilo en el servicio a los demás.

P. Jesús Arteaga.

Nada más ordenarse, el P. Jesús Arteaga fue destinado a la comunidad de Navarrete (La Rioja) donde trabajó como formador de los alumnos del seminario y fue superior de la comunidad (1974-1980 y 1983-1988). Allí desempeñó otros cargos dioocesanos como director-consiliario dela Fraternidad de Enfermos, ministerio que ha ejercido durante 19 años, y secretario del Secretariado Diocesano de Pastoral Sanitaria. En 1988 cuando se cierra el Seminario de Navarrete es trasladado a la comunidad de Sant Pere de Ribes donde es nombrado maestro de novicios, secretario de la Pastoral vocacional y superior de la comunidad. Es nombrado superior de la comunidad de Zaragoza y director de la residencia en 1995 hasta que en el año 2000 la comunidad se traslada a La Almunia de Doña Godina (Zaragoza). En el año 2004 es nombrado superior de la comunidad de religiosos camilos de Tres Cantos (Madrid), secretario y ecónomo de la Curia Provincial. Desde 2010 reside en la comunidad de Sant Pere de Ribes de la que es superior.