Actualidad


15/07/14

Mensaje del nuevo Superior General y de los Consultores a la Orden

400 años de misericordia recibida y donada para que el corazón continúe latiendo en nuestras manos

«No bastan las medicinas
para curar a los enfermos;
se necesita amor,
es decir, la alta temperatura del alma.
Fiebre contra fiebre,
espíritu contra carne.
Es lo que hizo San Camilo».
(G. Papini)
Estimados hermanos Camilos:
Un saludo de paz, de comunión y de fraternidad para todos vosotros, para vuestras comunidades, para vuestros colaboradores y para los enfermos a los que juntos servís y cuidáis.
Con estos sentimientos de confianza y esperanza –que ya vivimos intensamente durante el reciente Capítulo general– nos dirigimos a vosotros al comienzo de nuestro mandato al servicio del gobierno de la Orden, en esta cita tan significativa del IV Centenario de la muerte de nuestro Fundador, San Camilo. Comenzamos el camino con el firme propósito de continuar custodiando la “plantita” del Instituto, con la serena confianza en Dios y el humilde convencimiento de que el bien al que todos estamos llamados “no es obra nuestra, sino del Señor”.
Deseamos dar las gracias a los Superiores Generales y a los Consultores que nos han precedido en este cometido, de manera especial a los últimos Consultores, y a todos los que nos han apoyado y acompañado con su simpatía, su amistad, su confianza y su oración. Agradecidos por esa benéfica proximidad, confiamos que tal apoyo no decaiga en el futuro, especialmente en los momentos inevitables de dificultad.
Agradecemos la confianza que han depositado en nosotros los capitulares, como representantes de toda la Orden camiliana, en este singular momento histórico. Trataremos de responder a esta grande responsabilidad con nuestro humilde reconocimiento de la fe en la obra de la gracia de Dios en nuestros corazones, con nuestra inteligencia, con la corresponsabilidad del apoyo fraterno y con la confianza en la oración de todos.
La fecha del 14 de julio que este año celebramos con una implicación mayor, nos invita a la gratitud por la riqueza de 400 años de nuestro depósito carismático en beneficio de la Iglesia y de toda la humanidad, pero nos pone ante una exigente responsabilidad en el tiempo presente y nos impulsa a una proyección más audaz de cara al futuro.

Cultivar el sentido dinámico de una memoria agradecida para vivir la perenne actualidad del carisma y de la espiritualidad de San Camilo

Estando herido, San Camilo intuyó que las heridas humanas necesitan no solo «curas» sino también «cuidados maternos»; como el hombre herido, enfermo, doliente y pobre necesita hombres y mujeres que se hagan cargo de él como persona y, por eso mismo, que se donen a él. Y si es verdad que es propio de los santos no solo intuir lo que responde a las exigencias de su tiempo, sino también anticipar los tiempos, también lo es que la intuición y el carisma de Camilo conservan una actualidad extraordinaria, para responder a la que podemos considerar, sin miedo a exagerar, una ”emergencia”: la “emergencia antropológica”, la pregunta sobre qué es el hombre. Todas nuestras misiones fallan si el hombre, todo hombre, pierde la centralidad. Entonces, “¿qué es el hombre?”.
Camilo se inspira por instinto en la sabiduría bíblica, recordándonos que la unidad de medida de la dignidad del hombre no es aquella con la que se miden las cosas, o los resultados de nuestras acciones, sino que más bien se parece al estilo con que el Creador mismo contempla permanentemente su creación: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza […] Vio lo que había hecho, y le pareció que era una cosa muy buena” (Gn 1,27.31). También Camilo –dentro de la cultura de su tiempo, en la cual el pobre sin prestigio y sin poder, y además enfermo y desaliñado, no encontraba ningún respeto– descubre a “este hombre”; más aún, va en su busca, descubre que es un hombre con la misma dignidad que cualquier otro hombre. Después de su conversión querrá servir a Dios justamente en “este hombre” y dedicarse a “todo el hombre”, siendo consciente, y anticipándose así a la modernidad (medicina holística, derechos del enfermo…) de que el hombre enfermo entra en el hospital con toda su integridad: el pobre lleva sus cuatro harapos, pero también su espíritu libre e inmortal.
Su ardor de obras y caridad nace del descubrimiento de la dignidad del hombre, especialmente de haber visto “en la persona misma del enfermo…, pupila y corazón de Dios…, a su señor y dueño”. Estos principios serán los que dicte Camilo a la sociedad y a la cultura de su tiempo, y no desde el púlpito o desde una cátedra universitaria, sino desde el hospital, desde aquel hospital de su tiempo en el que él mismo había entrado como “incurable”.
Sí, queridos amigos, Camilo pregunta al Señor “qué es el hombre”. Para él la pregunta sobre el hombre es la pregunta sobre Dios. En este sentido comprendemos mejor lo que dice nuestra Constitución: “Mediante la promoción de la salud, la curación de la enfermedad y el alivio del sufrimiento, cooperamos en la obra de Dios Creador, glorificamos a Dios en el cuerpo humano y damos testimonio de la fe en la resurrección” (n. 45).
Es una pregunta que brota de todo corazón humano, particularmente del corazón de las periferias existenciales, donde encontramos enfermos, abandonados, rechazados, en esas periferias del mundo de la salud caracterizadas por la falta de acceso a las medicinas y a los servicios sanitarios básicos; es una pregunta que implica los derechos humanos fundamentales y que por consiguiente interpela a la dimensión profética de nuestro ser de religiosos camilos; es una pregunta que exige la evangelización del dolor humano, de todo sufrimiento, al que estamos llamados a responder.
Camilo ofrece al hombre de un renacimiento elitista, que excluía a muchos hombres del progreso y de los beneficios de la cultura y de la salud, la respuesta de la dignidad, que combate decididamente esa “cultura de la exclusión” denunciada –todavía hoy– con las cartas boca arriba por el Papa Francisco. Es la cultura de la ayuda que no se rinde y no se detiene, que siempre encuentra la manera de ofrecer apoyo y consuelo. Es la respuesta de la proximidad, la respuesta del servicio, que siempre es urgente porque, come ha escrito Benedicto XVI, “la caridad será siempre necesaria, también en la sociedad más justa”(Deus caritas est, 28). Dado que «el programa del cristiano —el programa del buen Samaritano, el programa de Jesús— es ‘un corazón que ve´” (cfr. Deus caritas est, 31), Este programa se convierte para nosotros los religiosos camilos en un reto para crecer nosotros mismos y ayudar a crecer a nuestros colaboradores en la “formación del corazón”.
Esto fue lo que intuyó concreta y proféticamente Camilo, y por eso se entregó al servicio de los enfermos. Y es hermoso para nosotros pensar que quizá fue aquel “servicio” el que le educó, le maduró y le preparó a la conversión que el Señor, a través del sufrimiento, hizo que estallara en él, transformándola en camino de santidad.
Es la “conversión antropológica"; es la propuesta de un “humanismo pleno”, que se dirige al hombre en su plenitud y que nos pide pasar de la “ley” al “corazón”, del “corazón” a las “manos”, del “hacer” a la “donación”, un paso que nos lleva a un auténtico servicio, como servicio a la vida: “a toda la vida y a la vida de todos”. De este modo, la conversión se transforma en revolución interior y, como en el caso de Camilo, puede revolucionar profundamente nuestro ambiente y el mundo, llevando la única revolución necesaria, la que Jesús nos indicó y enseñó y por la que nosotros debemos aprender a combatir cada día más: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente… Amarás al prójimo como a ti mismo” (Mt 22,37-39).
Es la revolución del amor. ¡Que San Camilo no ayude vencerla realizándola!

Vivir con pasión y gozo nuestra vocación camiliana para servir con compasión samaritana

Acaba de concluir el LVIII Capítulo General extraordinario y se nos ha invitado por autorizados representantes de la Iglesia a vivirlo, aun en medio de las difíciles contingencias históricas que los religiosos están experimentando, como un "kairós", tiempo oportuno de gracia y lugar teológico –gozoso, pascual y eclesial– en el que apropiarnos del patrimonio espiritual original del Fundador, San Camilo, para declinar ese misterio en nuestra biografía personal en beneficio del Instituto y de la Iglesia entera, interrogando y conjugando el sentido evangélico y paradigmático del carisma camiliano en las exigencias y de las emergencias de la historia, rumbo al il futuro.
Continuar surtiéndonos del fuego misterioso del carisma nos parece el camino real para leer, en la verdad, los acontecimientos culminados con las dimisiones del P. Salvatore de su cargo de Superior General y para comenzar un trayecto de mayor comprensión después del malestar vivido por los hermanos. La revitalización de la Orden exige un trayecto de curación que se debe vivir en la lógica de los curadores heridos, para desarrollar la necesaria resiliencia: crecer en la capacidad de reconstruirse permaneciendo sensibles a las oportunidades positivas que la vida ofrece, sin perder la propia humanidad, comprometidos con las palabras y las opciones, con unas decisiones más compartidas y con un nuevo estilo de fraternidad para recuperar la confianza personal e interpersonal (la autoestima fundada en la identidad, el carisma y la espiritualidad) y en la credibilidad social (la imagen pública la Orden).
Con esta renovada actitud, todos y cada uno, como individuos y como comunidad, podremos, con serenidad, confianza y consciencia vivir el servicio a los enfermos que se nos han confiado con la compasión samaritana que catalizó los mejores recursos humanos y espirituales de Camilo y de tantos hermanos nuestros que heroicamente vivieron la caridad y la misericordia hasta el martirio, a lo largo de los cuatro siglos de nuestra historia.
Este trayecto de reconciliación y de una mayor consciencia nos permitirá también purificar las motivaciones profundas de nuestra vocación camiliana, para decidir y realizar un “bien hecho bien” y no solo con la aparente fachada de bien. Así, con Cristo en nuestros corazones y sólidamente fieles a la verdad de la historia, estaremos “siempre dispuestos a dar razón de nuestra esperanza” (1Pt 3,15), con una sana conciencia (verdad de la realidad), con mansedumbre (humanidad) y con respeto (dignidad) (cfr. 1Pe 3,16).
Hoy estamos llamados a ser “discípulos misioneros” en el mundo de la salud, contribuyendo al crecimiento de la cultura del encuentro en oposición a la cultura de la eficiencia a toda costa y de la exclusión, por la edificación de puentes y no de muros, saliendo de nuestro egoísmo, alimentando –como nos recuerda san Agustín – la santa inquietud del corazón, de la búsqueda, del amor (cfr. Palabras del magisterio del papa Francisco: “Alegraos...”. A los consagrados y a las consagradas rumbo al año dedicado a la vida consagrada).
El testimonio primero y fundamental de esta conversión se manifiesta y se alimenta en la unidad y en la fraternidad de nuestras comunidades. Si en un pasado reciente unidad era sinónimo de uniformidad, hoy estamos llamados a aceptar el reto de edificar la diversidad en la caridad. Esta renovada perspectiva de vida fraterna se distingue por ser la más respetuosa con la original identidad de cada uno, llamado con sus talentos y recursos, resistencias y límites, a construir un nuevo estilo de relación en el que el hermano custodia al hermano, en comunidad.
Durante el Capítulo hemos compartido los temas sobre los que ya vosotros, en vuestras comunidades locales, habíais reflexionado. Una revitalización de la Orden que pasa por dinámicas renovadas de transparencia y vigilancia en la gestión de los bienes y de competencia, prudencia e inteligencia en la colaboración con los laicos para el desarrollo de las potencialidades de las obras que la Providencia nos confía para bien de los más necesitados; una mayor sinergia en el campo formativo para ofrecer a los jóvenes un estilo de crecimiento humano y de discernimiento vocacional que implique más en un testimonio de vida religiosa más auténtica; un renovado impulso en la implementación del Proyecto Camiliano que inevitablemente pide una implicación y un interés por parte de las comunidades y de todos los religiosos. Por todo ello, dirigimos una llamada a todos y a cada uno para la realización concreta de dicho Proyecto.

La grande esperanza que alimenta la fe en la Providencia del Señor

El beato J.H. card. Newman, con gran sabiduría y realismo, nos recuerda que “el corazón del hombre se mueve, más que por las argumentaciones y los razonamientos intelectuales, por el testimonio de los hechos, por la historia. Influye en nosotros una persona, nos fascina una voz, nos deslumbra algo que vemos, nos enardece una acción...”. El futuro no se improvisa, sino que debe ser estratégicamente planificado según los valores de nuestro carisma y de nuestra espiritualidad: la confianza profunda en la presencia providencial de Dios en la historia no nos exime del deber de usar nuestra inteligencia y nuestra sabiduría para colaborar responsablemente en la llegada del Reino de Dios en medio de nosotros.
Todo cuanto los hermanos capitulares han compartido de deseos, preocupaciones, expectativas y esperanzas deseamos que se convierta para nosotros en un proyecto y un programa operativos, especialmente en referencia a los ámbitos de vida de nuestras comunidades que necesitan una mayor y más urgente revitalización.
Las líneas guía de un nuevo modo de proceder de la economía central de la Orden se sintetizan en torno a algunas intervenciones en favor de una más eficaz organización económica que sanee urgentemente los elementos de criticidad de la Casa General y de sus pertenencias, pero que sean también testimonio de un compromiso real –para recuperar la confianza de los hermanos y de los colaboradores– de vigilancia y transparencia al tratar los problemas económico-financieros y en las relaciones con los colaboradores laicos –a los que también hay que pedir una competencia “ética” en el proceso de discernimiento económico– y de una programación esmerada y regular de los balances en la administración y la gestión de nuestras obras. La confianza en el sector económico debe ser siempre probada, comprobada y verificada.
Se pide que el restablecimiento de la Comisión Económica Central, nombrada por la Consulta, compuesta por religosos y laicos competentes; el Ecónomo general deberá ser coadyuvado por un Organismo económico compuesto por personas que le garanticen un asesoramiento estable y una colaboración efctiva y continuada; en el encuentro anual de la Consulta y los Superiores mayores se presentarán de manera precisa los balances preventivos y consuntivos de la Casa General y de las realidades a ella referidas, enviados a tiempo de modo que faciliten su estudio y sus detalles.
Estas intervenciones de naturaleza técnica no nos deben eximir como individuos religiosos y como comunidad de adoptar un estilo de vida sobrio, que testimonie nuestra opción de consagración en la pobreza (cfr. Carta testamento de San Camilo), que nos permita compartir realmente con los pobres que encontramos cotidianamente. No podemos olvidar la cualidad de provisionalidad del tiempo actual y de la cultura de lo inmediato que impregnan nuestros criterios de valoración. Ya no basta ser justos, buenos, caritativos, solidarios. Es necesario protegerse de la mentalidad negativa del mundo: la injusticia, el compromiso, el egoísmo, el pesimismo. San Camilo, en la Carta testamento, manifestando la visión teológica propia de su época, invita a alejar de nosotros al Diablo, que se manifiesta bajo la apariencia de bien. Es una invitación a cultivar un sano discernimiento entre la santidad ingenua y la santidad profética, que nos permite captar los signos de los tiempos, los signos de Dios dentro la nuestra historia.
Otro urgente y grande reto que tenemos ante nosotros está constituido por la realidad de la formación, articulada a través de recorridos formativos que sean siempre respetuosos e interactivos con las especificidades propias de la cultura y de la sensibilidad religiosa y espiritual de muchos países en los está presente nuestra Orden.
El Capítulo llegó a un acuerdo sobre la necesidad de concretar algunos temas propuestos: mayor atención y cuidado en la formación inicial a la dimensión humana y espiritual de los candidatos (cfr. citando al papa Francisco: para no generar “pequeños monstruos”) en un renovado clima educativo, pero también con un testimonio coherente de vida consagrada; perseverancia y programación en el camino de colaboración formativa entre áreas lingüísticas; apoyo a los jóvenes religiosos que afrontan el paso de las casas de formación a las primeras experiencias ministeriales; ofrecimiento de programas sólidos para la formación permanente también a través de la colaboración interreligiosa; necesidad de proyectar con esmero y de modo incisivo la promoción vocacional que consiste en el testimonio personal de nuestro carisma, en la animación estructurada por parte de los encargados a tiempo completo y en la publicación de nuestra Orden y de sus múltiples actividades en favor de los enfermos, también con el uso de los media.
Los 400 años de historia que nos preceden están empapados de grandes testimonios de caridad y de misericordia, Este depósito, extraordinario testimonio de la benevolencia del Señor con nuestra Orden, debe ser para nosotros un estímulo y un nuevo aliento para purificar nuestro presente –con sus luces y sus sombras– y para reactivar un circuito vibrante de esperanza y de confianza para el futuro. En la perspectiva de la fe cristiana, Dios acompaña y sostiene con su luz nuestra historia personal y la de nuestra Orden, también en las vicisitudes que vivimos como sombras, que dan miedo y entorpecen nuestro camino hacia el futuro. A la luz de Dios, las experiencias negativas aparecen como ocasión para confesar nuestra pobreza y fragilidad: podemos caminar en paz y con serenidad cuando aceptamos que Cristo nos ilumina. ¡Dejemos que esta luz penetre en nuestros corazones, en nuestras comunidades, delegaciones y provincias!
¡Que el Dios fiel continúe sosteniéndonos con el bien en nuestra vida, con relaciones sanas y fraternas en nuestras comunidades y con el don precioso de la salud y de la dignidad por los pobres y necesitados que la han perdido!
Nos desafía una elección radical: ¿Cultivar el pesimismo o discernir y alimentar los gérmenes de la esperanza? Albert Schweitzer (1875-1965), médico, misionero, filósofo, músico y hombre de profunda fe, dedicó toda su vida a buscar una curación a la enfermedad que había castigado a toda la humanidad –el pesimismo–, sin resignarse nunca a la triste y difícil situación en que el hombre moderno estaba viviendo: “La tragedia de la vida es lo que muere dentro de un hombre cuando todavía está vivo”. Caminar en la esperanza no es un recorrido cómodo e inmediato, pero la esperanza que alimenta la fe puede marcar la diferencia y evidenciar la novedad de una humanidad renovada en Dios.
¡Un saludo cordial a los hermanos enfermos y/o ancianos que en el tiempo difícil de la ancianidad o de la enfermedad continúan siendo testimonios fieles del carisma; un saludo a los jóvenes hermanos en periodo de formación para que con su entusiasmo puedan contagiarnos de una renovación auténtica de nuestra vida consagrada!
¡Confiados del apoyo de vuestra amistad y de la fuerza de vuestra oración, os enviamos nuestros saludos!
¡Que San Camilo con sus “mil bendiciones” a los camilos presentes en su época, y también a los futuros, que somos hoy nosotros, y María, Salud de los enfermos y Madre y Reina de los Ministros de los Enfermos, continúen intercediendo por nosotros ante el Señor!
Roma, 14 de julio de 2014 – IV Centenario de la Muerte de San Camilo
P. Leocir Pessini, Superior General
P. Laurent Zoungrana
Hno. José Ognacio Santaolalla Sáez
P. Aristelo Miranda
P. Gianfranco Lunardon