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31/01/20

Los religiosos camilos celebramos la Conversión de San Camilo

El próximo domingo 2 de febrero; 4º domingo del tiempo ordinario y  Fiesta de la Presentación del Señor y día en que la Iglesia celebra la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, los religiosos Camilos recordamos que en el año 1575, Camilo de Lelis decidía abandonar para siempre una conducta alocada para encontrar en Dios la verdadera paz y el estímulo para seguir nuevos caminos.
Aquello que sucede en la mañana del 2 de febrero en el camino de S. Giovanni Rotondo a Manfredonia cambia radicalmente la vida del joven camilo que para entonces contaba con 25 años. Su vida no sería la misma a partir de este momento.
Recordemos algunos trazos de este momento tan especial en la vida de Camilo y de la Orden:
Nápoles, otoño de 1574, Camilo ha tocado el fondo de su miseria física y espiritual. Tiene 24 años y la dura experiencia de soldado aventurero lo ha madurado. De no ser por la llaga que de vez en cuando lo fastidia, podría sentirse tranquilo y realizado en la vida militar, aunque tenga que sufrir las tristes consecuencias de su pasión por los juegos de azar. En compañía de un amigo que lo sostiene con el producto de la venta de su capa militar, parte de nuevo en búsqueda de la fortuna a los campos de batallas. Es un joven alto y robusto, se siente fuerte y la encontrará; está seguro de ello: se trata sólo de tener un poco de paciencia y esperar que venga la primavera, pero el hambre y el frío empiezan a preocuparle.
En Manfredonia, una pequeña ciudad del sur de Italia, a orillas del Adriático, se ve obligado a tomar una decisión grave: robar o pedir limosna. Una vez más la formación materna surge dentro de la mente, lo orienta y lo salva: opta por mendigar en la puerta de una Iglesia. Allí lo ve don Antonio Nicastri, maestro de obras del Convento de los Padres Capuchinos y, movido por la compasión, le ofrece un trabajo para vivir: peón de albañil en la construcción del mismo convento. Camilo pide tiempo para consultar a su amigo de viaje Tiberio. Ni hablar -le contesta el amigo- aceptar significaría romper con tu vocación, un soldado con vocación es un caballero que no puede trabajar. Juntos se van hacia Barletta a fin de alistarse en cualquier ejército, pero... ¡qué decepción! no hay a la vista ningún reclutamiento, al menos hasta la primavera del año siguiente. Es un momento difícil (el momento de Dios). Camilo no lo sabe, pero rompe con Tiberio y regresa a Manfredonia para aceptar el trabajo… hasta la primavera. Después -piensa Camilo- volveré a las armas.
El trabajo aceptado consistía en arrear dos borricos, durante todo el día, cargados con materiales de construcción. Su personalidad mortificada, a veces se rebelaba; los chiquillos de la calle se burlaban; la pasión del juego gritaba sus exigencias. Varias veces estuvo a punto de matar a los borricos y escaparse, y sólo los buenos frailes para quienes trabajaba, lograron calmarlo subiéndole el sueldo e invitándolo a la paciencia.
Día tras día comenzó el Señor a entrar profundamente en su vida, y a dejar su huella cada vez más honda. Si bien es cierto que Dios nunca había desaparecido completamente de su interior, las pasiones lo habían marginado y sólo en momentos difíciles había hecho sentir su presencia. Ahora su voz secreta y profunda se revelaba cada día en una inquietud de corazón nueva y constante. Entreteniéndose con los buenos frailes durante los ratos de descanso y participando con ellos en la oración, Camilo empezó a reflexionar sobre su pasado y su futuro. El recuerdo de su madre, el voto de hacerse fraile nunca cumplido y la vida sencilla de estos hombres, revolucionaban su escala de valores y ponían en crisis su vocación de soldado aventurero.
Pasaron meses. El 1º de febrero de 1575, lo enviaron al convento de San Giovanni Rotando en las alturas del Gargano, para cambiar dos odres de vino por otros alimentos. En la noche, después de la comida, el guardián Padre Ángel conversó largamente con él sobre el pecado, la misericordia de Dios y la felicidad de los que viven en gracia. Dios lo es todo, lo demás, todo lo demás es nada", le dijo al desearle las buenas noches.
Fue aquella una mala noche para Camilo: no pudo dormir. Entonces -pensaba- si Dios lo es todo, también la gloria, el dinero, el juego es nada. ¿Y su pasado?, ¿sus ilusiones? Se sintió descontrolado. Quería salir de esta situación, a costa de cualquier cosa. Siempre el mismo testarudo. Pero ahora se trataba de jugarse verdaderamente la vida, porque ya no bastaba una promesa: había que cambiarlo todo de una vez y para siempre.
El amanecer del 2 de febrero lo sorprendió despierto y agitado. Participó en la Misa de la Candelaria; y se despidió rápidamente, como si tuviera miedo de que leyeran en su mente la lucha del corazón. El burro caminaba lento y el silencio de la naturaleza en el valle solitario, lo invitaba a la meditación. Camilo aceptó enfrentarse consigo mismo. ¿Qué hacer de su vida placentera? Una sensación de vacío, de frustración, lo invadió. Repasó en su mente el recuerdo de la madre muerta con el corazón dolorido por sus travesuras; la muerte de su padre, sin gloria ni dinero; su juventud derrochada en el pecado; la vanidad de sus ilusiones.
Y la conclusión llegó como luz deslumbrante: Si Dios lo es todo. Él sólo es el Absoluto de quien lo anhela con todo su ser; Él sólo puede dar un sentido último y auténtico a la vida. Ser caballero de este Señor, entregarse a su servicio y al de sus hijos más humildes... es un ideal, superior a cualquier otro, que verdaderamente vale la pena conseguir”.
La emoción se apodera de Camilo, una presencia nueva se hace sentir dentro de él y lo impulsa a dejar el pasado de una vez para siempre y a mirar al futuro como un reto, como una conquista.
El caminante no puede proseguir. · Salta del burro y se postra rostro en tierra invocando entre sollozos a su nuevo Señor: Perdóname, Señor... infeliz de mí que por tanto tiempo no te he conocido ni te he amado como mereces... Dame tiempo, Señor, para hacer penitencia y llorar mis pecados... no más mundo, no más mundo.
Al volver al convento de Manfredonia se traza un camino nuevo: será fraile capuchino. Pide el hábito religioso: quiere hacer penitencia de su pasado, dedicarse a la oración y consagrar su vida a Dios.

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