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17/11/14

El Papa Francisco cita a San Camilo

DISCURSO DEL PAPA FRANCISCO A LOS PARTICIPANTES EN EL ENCUENTRO CONMEMORATIVO DE LA ASOCIACIÓN DE MÉDICOS ITALIANOS, CON OCASIÓN DEL 70º ANIVERSARIO DE SU FUNDACIÓN

Aula Pablo VI.- Sábado, 15 de noviembre de 2014 ¡Buenos días! Agradezco vuestra presencia y también la felicitación: ¡Que el Señor me dé vida y salud! ¡Aunque esto depende también de los médicos, de que ayuden al Señor! En especial quiero saludar a vuestro Consiliario eclesiástico, Mons. Eduardo Menichelli, al Cardenal Tettamanzi, que fue vuestro primer Consiliario, y dedicar también un pensamiento al Cardenal Florencio Angelini, que a lo largo de varios decenios ha seguido muy de cerca la vida de la Asociación, y que ahora está muy enfermo y ha sido ingresado estos días, ¿no?, como también doy las gracias a vuestro Presidente por esa hermosa felicitación, gracias.
No hay duda de que, en nuestros días, con motivo de los progresos científicos y técnicos, han aumentado notablemente las posibilidades de curación física; y sin embargo, en algunos aspectos parece disminuir la capacidad de “ocuparse” de la persona, sobre todo cuando sufre, cuando es frágil e indefensa. En efecto, las conquistas de la ciencia y de la medicina pueden contribuir a la mejora de la vida humana en la medida en que no se alejen de la raíz ética de tales disciplinas. Es por ello por lo que vosotros, médicos católicos, os esforzáis en vivir vuestra profesión como una misión humana y espiritual, como un auténtico y verdadero apostolado laical. Atender la vida humana, especialmente la que atraviesa mayores dificultades, como el enfermo, el anciano, el niño, compromete profundamente la misión de la Iglesia. Y ésta se siente también llamada a participar en el debate que tiene por objeto la vida humana, presentando su propia propuesta basada en el Evangelio. En muchos lugares, la calidad de vida va ligada prevalentemente a las posibilidades económicas, al “bienestar”, a la belleza y al goce de la vida física, olvidando otras dimensiones más profundas –de relación, espirituales y religiosas- de la existencia. En realidad, a la luz de la fe y de la recta razón, la vida humana es siempre sagrada y siempre “de calidad”. No existe una vida humana más sagrada que otra; ¡toda vida humana es sagrada! Al igual que no existe una vida humana cualitativamente más significativa que otra, solo por el hecho de disponer de mayores medios, derechos u oportunidades económicas y sociales.
Esto es lo que vosotros, médicos católicos, tratáis de proclamar, ante todo con vuestro comportamiento profesional. Vuestra labor trata de testimoniar con la palabra y con el ejemplo que la vida humana es siempre sagrada, valiosa e inviolable, y que como tal ha de ser amada, defendida y cuidada. Esta profesionalidad vuestra, enriquecida con el espíritu de fe, es un motivo más para colaborar con cuantos –también partiendo de diferentes perspectivas religiosas o intelectuales- reconocen la dignidad de la persona humana como criterio de su actividad. En efecto, si el juramento Hipocrático os compromete a ser siempre servidores de la vida, el Evangelio os lleva más allá: a amarla siempre y en cualquiera de sus formas, sobre todo cuando necesita especiales atenciones y cuidados. Así han obrado los miembros de vuestra Asociación a lo largo de estos 70 años de benemérita actividad. Os exhorto a que sigáis con humildad y confianza por este camino, esforzándoos por alcanzar vuestros fines estatutarios, que acogen las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia en el ambito médico-moral. El pensamiento actual propone a veces una “falsa compasión”: la que considera que constituye una ayuda a la mujer favorecer el aborto, o un acto de dignidad facilitar la eutanasia, o una conquista científica el “producir” un hijo considerado como un derecho en vez de aceptarlo como un don; o usar vidas humanas como cobayas de laboratorio para presuntamente salvar a otras: La compasión evangélica, por el contrario, es aquella que acompaña en el momento de la necesidad, esto es la del Buen Samaritano, que “ve”, que “se compadece”, se acerca y ofrece una ayuda concreta (cfr. Lc 10, 33). Vuestra misión como médicos os pone en contacto diario con muchas formas de sufrimiento: os animo a que os hagáis cargo de ellas como “buenos samaritanos”, cuidando especialmente de los ancianos, los enfermos y los discapacitados. La fidelidad al Evangelio de la vida y al respeto de la misma en cuanto don de Dios, requiere a veces decisiones valientes y contra-corriente que, en determinadas circunstancias, pueden llegar a la objeción de conciencia. Y a otras muchas consecuencias sociales que esa fidelidad trae consigo. Estamos viviendo un tiempo en que se experimenta con la vida. Pero que se experimenta mal. Producir hijos, en lugar de acogerlos como un don. Jugar con la vida. Estad bien atentos, porque esto es un pecado contra el Creador: contra Dios Creador, que hizo así las cosas. Cuando, muchas veces, en mi vida de sacerdote, escuché objeciones como: “Pero, dime, ¿por qué la Iglesia se opone al aborto, por ejemplo? ¿Es un problema religioso?” – “No, no. No es un problema religioso” - ”¿Entonces es un problema filosófico?” – “No, no es un problema filosófico”. Es un problema científico, porque allí hay una vida humana y no es lícito deshacerse de una vida humana para resolver un problema. - “Pero es que el pensamiento moderno...” – “¡Pero, atiende, tanto en el pensamiento antiguo como en el moderno, la palabra matar significa lo mismo!” Y lo mismo vale para la eutanasia. Todos sabemos que con muchos ancianos, en esta cultura del descarte, se practica esta eutanasia oculta. Pero es que además existe la otra. Y esto es decirle a Dios: “No, el final de la vida lo marco yo, como a mí me place”. Pecado contra Dios Creador. Reflexionad bien sobre esto.
Os deseo que los setenta años de vida de vuestra Asociación sirvan de estímulo para un ulterior camino de crecimiento y de maduración. Que podáis colaborar de un modo constructivo con todas las personas e instituciones que comparten con vosotros el amor a la vida y que se afanan por servirla en su dignidad, sacralidad e inviolabilidad.