Despidiendo la semana con un cuento

Arreglar el mundo

Un científico, preocupado por los problemas que afligían al mundo, estaba resuelto a encontrar los medios para aminorarlos.

Se pasaba días y días en su laboratorio, en busca de respuestas para sus dudas. Cierto día, su hijo de siete años invadió su santuario, decidido a ayudarle en su trabajo.

El científico, nervioso por la interrupción, le pidió al niño que fuese a jugar a otro lado. Viendo que era imposible echarlo de allí, el padre pensó en algo que pudiera darle para distraer su atención.

De pronto, encontró una revista en la que había un mapa del mundo, justamente lo que precisaba. Con unas tijeras recortó el mapa en varios pedazos y, junto con un rollo de cinta, se lo entregó a su hijo diciendo: como te gustan los rompecabezas, te voy a dar el mundo roto en pedazos para que lo repares sin ayuda de nadie.

El científico calculó que al pequeño le llevaría al menos diez días componer el mapa. Pero no fue así. Pasadas algunas horas, escuchó la voz del niño que le llamaba serenamente:

– Papá, papá, ya lo hice todo; conseguí terminarlo. Al principio, el padre no creyó al niño. Pensó que era imposible que, a su edad, hubiera conseguido recomponer un mapa que jamás había visto antes.

Desconfiado, el científico levantó la vista de sus anotaciones, con la certeza de que no vería el trabajo impropio de un niño de su edad en tan poco tiempo.

Para su sorpresa, el mapa estaba completo. Todos los pedazos habían sido colocados en su debido lugar. ¿Cómo era posible? ¿Cómo el niño había sido capaz? Así que el padre preguntó con asombro a su hijo:

– Hijo, tú no sabías cómo era el mundo … ¿Cómo lo lograste?

– Papá -respondió el niño,- yo no sabía cómo era el mundo, pero cuando sacaste el mapa de la revista para recortarlo, vi que del otro lado estaba la figura de un hombre. Así que le di vuelta a los recortes y comencé a recomponer al hombre, que sí sabía cómo era. Cuando conseguí arreglar al hombre, di vuelta a la hoja y vi que había arreglado el mundo.

Para la reflexión:

– En mí mismo tengo la posibilidad de contribuir a «arreglar el mundo» si …

– Podría empezar a cambiar…

– Todavía no es tarde para «recomponer algún rompecabezas» de mi corazón …

 

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Despidiendo la semana con un cuento

El sabio Avicena

Hace muchos siglos, A vi cena, el renombrado médico árabe de la Edad Media, se vio abordado por los amigos del anciano rey de un país lejano, el cual estaba enfermo. Los solicitantes deseaban que Avicena fuera allá a curarlo. Le dijeron que el rey estaba muy enfermo, que muchos médicos habían sido consultados, pero que todos habían fallado. Él, Avicena, era su última esperanza.

Cuando el famoso médico escuchó aquello, se interesó grandemente y preguntó los síntomas del mal que aquejaba al rey. Los amigos de éste replicaron que el rey insistía en creer que se había vuelto vaca, y por eso se había colgado un cencerro y a todas horas pedía que lo sacrificaran. Avicena accedió a visitar al infortunado rey.

Como el rey era muy querido por todos sus súbditos, se había intentado todo lo humanamente posible antes de recurrir a Avicena, y se le habían suministrado tratamientos de toda especie: píldoras, pócimas, ungüentos, inhalaciones, ventosas, sangrías, cataplasmas, descanso, ejercicio, alimentos opíparos, ayunos … : todo ello sin el menor resultado.

El rey, con su cencerro, seguía insistiendo en que era una vaca y, por tanto, en que debía de ser sacrificado. Viajes a las más famosas capitales del mundo no habían mejorado el estado del rey. Sus amigos también habían
empleado los más diversos métodos para ayudarlo. Un amigo filósofo había estado quince días, con sus quince noches, disertando sobre la esencia metafisica del hombre y de la vaca para ayudarle a comprender las diferencias esenciales entre ambos. Otros lo habían tenido encadenado a un diván un mes entero. Las muestras de conmiseración y pena por su triste condición tampoco habían servido de nada: «¡Qué lástima!, ¡con lo bueno que es … !», decían unos; otros se consolaban a sí mismos diciéndose: «Es indudable que el rey no es ninguna vaca, él mismo debe de saberlo; y si sufre esta manía, no tardará mucho en darse cuenta»; otros, finalmente, le habían amenazado con destronarlo si no dejaba de insistir en tan ridícula tontería. Pero el rey se mantuvo firme: era una vaca, y debían sacrificarlo.

Últimamente, el rey había dejado también de comer, tampoco podía dormir,
y tenía una gran ansiedad.

Lo primero que hizo Avicena al llegar fue tratar de comprender al rey tanto como le fuera posible, escuchando con todo cuidado a todos cuantos querían hablar con él, que eran muchos. Después trató de comprender al rey escuchándolo directamente a él. Puesto que todo lo que éste decía era «muuuu», tal cosa no sirvió de nada. Luego, tan enfáticamente como él sabía, trató de comprender con el rey su extraño mundo interior. Cuando ya le parecía tener reunidos todos los datos, Avicena le dijo al viejo rey:

– Perfectamente: comprendo ahora que sois una vaca y que habrá que sacrificaros. Pero estáis tan delgado, mi rey, que primero debemos engordaros un poquito.

Cuando el rey oyó hablar así a Avicena, sintió una gran alegría, porque al fin alguien lo había comprendido; por eso empezó a comer algo, cosa que casi no hacía en los últimos meses, y a gozar poco a poco de sus comidas.
También perdió algo de su ansiedad: comenzó a recobrar fuerzas y mejoró su aspecto. También recuperó y normalizó su sueño: alguna noche incluso lo vieron ir en busca de su amiga favorita sin el cencerro puesto. Y así, poco a poco, fue recobrando la alegría de vivir y se le fue olvidando el cencerro y su obsesión de sentirse vaca, con gran contento de su pueblo.

Para reflexionar:

– Escuchando a … podría comprender mejor. ..

– A algunas personas me parece que les pasa como al rey (sólo dicen «muuw>), y yo podría comprenderlas mejor si …

– Siento que la escucha tiene valor terapéutico para …

 

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Despidiendo la semana con un cuento

Con qué ojos miramos

Dos hombres, ambos seriamente enfermos, ocupaban la misma habitación de un hospital. A uno de ellos se le permitía sentarse en su cama durante una hora cada tarde para ayudar a drenar los fluidos de sus pulmones. Su cama estaba junto a la única ventana de la habitación. El otro hombre debía permanecer todo el tiempo tendido sobre la espalda. Los hombres hablaban, durante horas y horas, acerca de sus esposas y familias, de sus hogares, sus trabajos, su servicio militar, de cuando habían estado de vacaciones…

Cada tarde, el de la cama cercana a la ventana, el que podía sentarse, se pasaba el tiempo describiendo a su compañero de habitación las cosas que podía ver desde allí. El hombre en la otra cama comenzaba a vivir, en esos pequeños espacios de una hora, como si su mundo se agrandara y reviviera gracias a la actividad y el color del mundo exterior.

Se divisaba desde la ventana un hermoso lago, cisnes, personas nadando y niños jugando con sus pequeños barcos de papel. Jóvenes enamorados caminaban abrazados entre flores de todos los colores del arco iris. Grandes y viejos árboles adornaban el hermoso paisaje.

Como el hombre de la ventana describía todo esto con todo lujo de detalles, el hombre de la otra cama podía cerrar sus ojos e imaginar tan idílicas escenas. Una cálida tarde de verano, el hombre de la ventana le describió un desfile que pasaba por allí. A pesar de que el otro hombre no podía escuchar a la banda, sí podía verlo todo en su mente, pues su compañero lo representaba todo con palabras muy descriptivas.

Pasaron días y semanas. Un día, la enfermera de mañana llegó a la habitación llevando agua para el baño de cada uno de ellos. Al descubrir el cuerpo del hombre de la ventana, observó que había muerto tranquilamente en la noche mientras dormía. Ella se entristeció mucho y llamó a los compañeros del hospital para sacar el cuerpo. Tan pronto como lo creyó conveniente, el otro hombre preguntó si podría ser trasladado cerca de la ventana. La enfermera estaba feliz de realizar el cambio. Cuando lo hubo cambiado, lo dejó solo.

Lenta y dolorosamente, se incorporó apoyado en uno de sus codos para tener su primera visión del mundo exterior. Finalmente, tendría la dicha de verlo por sí mismo.

Se estiró para mirar por la ventana. Lentamente giró su cabeza y, al mirar, vio una pared blanca. El hombre preguntó a la enfermera qué pudo haber obligado a su compañero de habitación a describir tantas cosas maravillosas a través de la ventana.

La enfermera le contestó que aquel hombre era ciego y que de ningún modo podía ver esa pared, y que quizá solamente quería darle ánimos.

Para reflexionar:

Mi creatividad para ayudar a los que están a mi lado podría llevarme a...

También en medio de mis dificultades puedo ser de ayuda para los demás en...

Acepto la ayuda de quienes, desde su pobreza, se ofrecen a mí

 

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Despidiendo la semana con un cuento

Una competición de sapos

El objetivo era llegar a lo alto de una gran torre.
Había en el lugar una enorme multitud de gente dispuesta a vibrar y gritar por ellos.

Comenzó la competición.
Pero como la multitud no creía que pudieran alcanzar la cima de aquella torre, lo que más se escuchaba era:

– ¡Qué pena! Esos sapos no lo van a conseguir, no lo van a conseguir …

Los sapitos comenzaron a desistir. Pero había uno que persistía y continuaba subiendo en busca de la cima.

La multitud seguía gritando:
– ¡Qué pena, no lo van a conseguir!

Y los sapitos estaban ya dándose por vencidos … salvo aquel sapito, que seguía y seguía tranquilo, y ahora cada vez más con más fuerza.

Ya llegando el final de la competición, todos desistieron, menos ese sapito, que curiosamente, en contra de todos, seguía y pudo llegar a la cima con todo su esfuerzo.
Los otros querían saber qué le había pasado.
Un sapito fue a preguntarle cómo había conseguido concluir la prueba.
Y descubrieron que… ¡era sordo!

Cuestiones para reflexionar:
– Puede que también yo consiga «hacerme el sordo» cuando
intentan desanimarme.
– Yo desanimo a otros en el deseo de alcanzar sus propósitos
cuando …
– ¿Refuerzo lo positivo o subrayo lo negativo?

 

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Despidiendo la semana con un cuento

El niño y los clavos.

Había un niño que tenía muy mal carácter. Un día, su padre le dio un abolsa con clavos y le dijo que cada vez que perdiera la calma debía clavas un clavo en la cerca de detrás de la casa.

El primer día, el niñ clavó 37 clavos en la cerca. Pero poco a poco fue calmándose, porque descubrió qeu era mucho más fácil controlar su carácter que clavas los clavos en la cerca. Finalmente, llegó el día en que el muchacho no perdió la calma para nada y se lo dijo a su padre, y entonces éste le sugirió que por cada día que controlara su carácter debía sacar un clavo de la cerca. Los días pasaron, y el joven pudo finalmente decirle a su padre que ya había sacado todos los clavos de la cerca. Entonces el padre llevó de la mano a su hijo a la cerca de atrás.

-Mira hijo, has hecho bien, pero fíjate en todos los agujeros qeu quedaron en la cerca. La cerca nuunca será la misma de antes. Cuando dices o haces cosas con mal genio, dejas una cicatriz, como este agujero de la cerca. Es como meterle un cuchillo a alguien: aunque lo vuelvas a sacar, la herida ya está allí. No importa cuantas veces pidas perdón: la herida ya está allí. Y una herida física es igual de grave que una herida verbal.  Los amigos son verdaderas joyas a quienes hay que valorar. Ellos te sonríen y te animan a mejorar. Te escuchas, comparten una palabra de aliento y siempre tienen su corazón abierto para recibirte.

Para reflexionar:

-Las consecuencias de mi carácter, cuando no es el adecuado, las suelen pagar…

-Quizá puedo quitar «clavos» de alguna cerca en la que los tengo puestos desde hace tiempo.

-Cuando siento que soy víctima del mal carácter de otros, yo podría…

 

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Despidiendo la semana con un cuento

La isla de los sentimientos

Érase una vez una isla donde habitaban todos los sentimientos:
La alegría, la tristeza y muchos más, incluyendo el amor. Un día se avisó a los moradores de que la isla se iba a hundir. Todos los sentimientos se apresuraron a salir de la isla, se metieron en sus barcos y se preparaban a partir, pero el amor se quedó, porque quería quedarse un rato más con la isla que tanto amaba, antes de que se hundiese.

Cuando, por fin, estaba ya casi ahogándose, el amor comenzó a pedir ayuda. En eso venía la riqueza, y el amor le dijo:

– ¡Riqueza, llévame contigo!

– No puedo, hay mucho oro y plata en mi barco, no tengo espacio para ti!

Entonces le pidió ayuda a la vanidad, que también pasaba por allí.

– ¡Vanidad, por favor, ayúdame!

– No te puedo ayudar, amor. Tú estás todo mojado y vas a arruinar mi barco nuevo …

Entonces el amor le pidió ayuda a la tristeza:

– Tristeza, ¿me dejas ir contigo?

– ¡Ay, amor! Estoy tan triste que prefiero ir solita.

También pasó la alegría, pero ella estaba tan alegre que ni oyó al amor llamar. Desesperado, el amor comenzó a llorar. Entonces fue cuando una voz le llamó:

– Ven, amor, yo te llevo.

Era un viejecito, pero el amor estaba tan feliz que se le olvidó preguntarle su nombre. Pero al llegar a tierra firme le preguntó a la sabiduría:

– Sabiduría, ¿quién era el viejecito que me trajo aquí?

La sabiduría respondió:

– Era el tiempo.

– ¿El tiempo? Pero ¿por qué sólo e.l tiempo quiso traerme?

La sabiduría respondió:

– Porque sólo el tiempo es capaz de ayudar y entender a un gran amor.

Para la reflexión:

– El modo en que amo se puede describir con otros sentimientos que lo acompañan …

– ¿Qué significa para mí que el amor sea «sabio» y «que necesita tiempo» …?

– Puede que algunas veces deje o haya dejado morir el amor a causa de …

 

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Despidiendo la semana con un cuento

El paradigma de la riqueza

Un hombre muy rico llevó a su hijo a hacer un recorrido por sus tierras con el propósito de que el hijo, al ver lo pobre que era la gente del campo, comprendiera el valor de las cosas y lo afortunados que eran ellos.

Estuvieron por espacio de todo un día y una noche en una granja de una familia campesina muy humilde.

Al concluir el viaje, y de regreso a casa, el padre le preguntó a su hijo:

– ¿Qué te pareció el viaje?

– Muy bonito, papá.

– ¿Viste qué pobre y necesitada puede ser la gente?

– Sí.

– ¿Y qué aprendiste?

– Vi que nosotros tenemos un perro en casa, y ellos tienen cuatro. Nosotros tenemos una piscina de veinticinco metros, y ellos tienen un riachuelo que no tiene fin. Nosotros tenemos unas lámparas importadas en el patio, ellos tienen las estrellas. Nuestro patio llega hasta el borde de la casa, el de ellos se pierde en el horizonte. Especialmente, papá, vi que ellos tienen tiempo para conversar y convivir en familia. Tú y mamá tenéis que trabajar todo el tiempo, y casi nunca os veo.

Al terminar el relato, el padre se quedó mudo, y su hijo agregó:

– ¡Gracias, papá, por enseñarme lo ricos que podríamos llegar a ser!

 

Para reflexionar…

– Quizá puedo aprender todavía , de los más pobres que …

– Podría liberarme de algunas cosas que me esclavizan.

– Mis pobrezas tienen nombre de …

 

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Despidiendo la semana con un cuento

Una estrella de mar

Cierto día, caminando por la playa, reparé en un hombre que se agachaba a cada momento, recogía algo de la arena y lo lanzaba al mar. Hacía lo mismo una y otra vez.

Tan pronto como me aproximé, me di cuenta de que lo que el hombre agarraba eran estrellas de mar que las olas depositaban en la arena, y una a una las arrojaba de nuevo al mar.

Intrigado, le pregunté sobre lo que estaba haciendo, y él me respondió:

– Estoy lanzando estas estrellas marinas nuevamente al océano. Como ves, la marea es baja, y estas estrellas han quedado en la orilla; si no las arrojo al mar, morirán aquí por falta de oxígeno.

– Entiendo-le dije-, pero debe de haber miles de estrellas de mar sobre la playa… No puedes lanzarlas todas. Son demasiadas. Y quizá no te des cuenta de que esto sucede probablemente en cientos de playas a lo largo de la costa. ¿No estás haciendo algo que no tiene sentido?

El nativo sonrió, se inclinó y tomó una estrella marina; y mientras la lanzaba de vuelta al mar, me respondió:

– ¡Para ésta sí tiene sentido!

Para la reflexión:

– Hacer cosas que aparentemente no producen, a mí me…

– ¿Reconozco la dignidad intrínseca de cada «estrella » que me encuentro en la vida o quizá soy demasiado utilitarista?

– Cuando no se puede conseguir todo, yo…

– Ante diferentes ideales o luchas sociales tenemos una actitud pasiva y nos apoyamos en que las personas de nuestro alrededor no lo apoyan, y decimos que no tiene sentido. ¿Cuántas tareas he dejado de hacer porque parece que no tenían sentido?

 

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