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18/04/13

Domingo 21 de abril: 50 ª Jornada Mundial por las Vocaciones

El mensaje que dirige Benedicto XVI – firmado en el Vaticano el pasado 6 de octubre – con motivo de la celebración de la 50ª Jornada Mundial de oración por las vocaciones se inscribe en el contexto del Año de la Fe y en el 50 aniversario de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II. El Papa recuerda que el siervo de Dios Pablo VI, durante la Asamblea conciliar, instituyó esta Jornada de invocación unánime a Dios Padre para que continúe enviando obreros a su Iglesia. Al mismo tiempo pone de manifiesto que esta significativa cita anual ha favorecido un fuerte empeño por situar cada vez más en el centro de la espiritualidad, de la acción pastoral y de la oración de los fieles, la importancia de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Benedicto XVI escribe que la esperanza es espera de algo positivo para el futuro, pero que, al mismo tiempo, sostiene nuestro presente, marcado frecuentemente por insatisfacciones y fracasos. Y al preguntarse ¿dónde se funda nuestra esperanza?, afirma que contemplando la historia del pueblo de Israel, narrada en el Antiguo Testamento, vemos cómo, también en los momentos de mayor dificultad como los del Exilio, aparece un elemento constante, que subrayan los profetas, a saber: la memoria de las promesas hechas por Dios a los Patriarcas; memoria que lleva a imitar la actitud ejemplar de Abrahán, tal como lo recuerda también el Apóstol Pablo. En todo momento, sobre todo en aquellos más difíciles, la fidelidad del Señor, auténtica fuerza motriz de la historia de la salvación, es la que siempre hace vibrar los corazones de los hombres y de las mujeres, confirmándolos en la esperanza de alcanzar un día la “Tierra prometida”. Aquí está el fundamento seguro de toda esperanza, afirma el Papa: Dios no nos deja nunca solos y es fiel a la palabra dada. Benedicto XVI afirma también que tener esperanza equivale “a confiar en el Dios fiel, que mantiene las promesas de la alianza. Fe y esperanza están, por tanto, estrechamente unidas. Hacia el final de su mensaje el Santo Padre escribe que la respuesta a la llamada divina por parte de un discípulo de Jesús para dedicarse al ministerio sacerdotal o a la vida consagrada, se manifiesta como uno de los frutos más maduros de la comunidad cristiana, que ayuda a mirar con particular confianza y esperanza al futuro de la Iglesia y a su tarea de evangelización. Tarea, esta última, que necesita siempre de nuevos obreros para la predicación del Evangelio, para la celebración de la Eucaristía y para el sacramento de la reconciliación. Por eso pide que no falten sacerdotes celosos, que sepan acompañar a los jóvenes como “compañeros de viaje” para ayudarles a reconocer, en el camino a veces tortuoso y oscuro de la vida, a Cristo, camino, verdad y vida.